Saber servir el vino es un importante distintivo de calidad en restauración. Para hacerlo correctamente es necesario tener en cuenta varios factores como el tipo de copa, el casamiento o la temperatura del vino, que tiene vital importancia para la percepción de las virtudes organolépticas.

El vino debe ser servido a la temperatura recomendada, que es diferente según el tipo de vino. Para evitar errores de este tipo, hay una guía orientativa con seis reglas básicas:

• 1. Blancos de Barrica de Cuerpo Medio y Buen Cuerpo - 10/13 ° C
• 2. Blancos Jóvenes Ligeros y Cuerpo medio - 7/10 ° C
• 3. Vinos Dulces - 6/8 ° C
• 4. Vinos Espumosos - 6/10 ° C
• 5. Negros Jóvenes Ligeros - 13 ° C
• 6. Vinos tintos de crianza y Grandes Añadas cuerpo Medio y Buen Cuerpo - 15/18 ° C

La importancia de la temperatura a la hora de servir el vino garantiza la percepción de todas sus características. Por eso es conveniente saber que:

1. Una temperatura demasiado fría elimina la expresión de los aromas en los vinos blancos y en los vinos tintos hace que resulten demasiado duros y ásperos al paladar. En general, desaparece su capacidad olfativa, apreciándose en exceso su cuerpo y la astringencia provocada por los taninos.

2. Una temperatura demasiado elevada vuelve todos los negros calientes, es decir, demasiado alcohólicos y los vinos blancos los deja sin elegancia. Todos los aromas, tanto los percibidos por vía nasal como retronasal, se evaporan con mayor celeridad y los sabores ácidos aumentan.

Por ello, hay que tener en cuenta que la frescura sirve de moderador en cuanto a la fuerza alcohólica, los excesos de azúcar y las sensaciones ácidas. Sin embargo, el calor provoca la sensación contraria, exalta estas sensaciones y regula la amargura de los taninos. Podríamos decir que los vinos tánicos piden más temperatura mientras que los más ácidos necesitan servirse más frescos.